Antoine Leroy era abogado, miembro de un acreditado bu- fete de juristas de Paris, que cuidaba los asuntos legales del professor. Contaba cuarenta afios y era soltero. A pesar de que era sarcAstico en su conversaci6n, tenia la virtud de hacer bue- nas amistades, porque era sincero y leal, liberal en sus gastos y oportuno y servicial con sus conocidos. Era un asiduo con- currente a los cenaculos literarios del barrio latino de Paris. En el bufete donde trabajaba se le tenia en gran estima, por su talent y su capacidad jurldica, y por eso le toleraban que en su horario fuese de lo mas impuntual y desordenado. Se ena- moraba de todas las mujeres, con tal de que fueran inteligen- tes, ademis de hermosas, pero las abandonaba en cuanto com- prendia que se le iban a entregar. Por la orilla del mar iban los tres amigos, caminando sobre la arena humedecida, en aquella fresca mariana de diciembre, en la playa que conduce de Anadel a ClarA. Rosina y Albert de Mers habian salido a pescar, en el cayuco, con Trigarthon, rumbo a cayo Alcatraz. -Me parece -dijo el doctor Desaix-, que debemos des- cansar una rato. Miren ustedes cuAn acogedor es aquel rinc6n. Parece una gruta, y hasta tiene un alero que nos protegerA en caso de que se aparezca mi enemigo, el sol. -En efecto, es agradable el sitio -contest6 el profesor-. Descansemos y dejemos que el rumor de las olas y el olor del mar nos hagan career que de pronto aparecera un grupo de nAyades en busca de un irresistible abogado parisino que se esconde por aqui... -iLlamado Leroy...! -concluy6 el doctor-. iPero diga us- ter que tambien andan en pos de un sylvano pelirrubio y de un satiro peludo y ventriforme! -Propongo que usted haga venir de Paris un escultor -dijo Leroy, dirigidndose al profesor-, para que sobre esa gruta le- vante un grupo en mirmol pentdlico, que nos represent a nosotros tres, desnudos como semidioses olimpicos, y a nues- tros pies echadas cuarenta ondinas y nayades y nereidas. -La verdad es que el lugar es maravilloso. Siempre agra- decer6 a mi amigo el abogado Vergara el haberme traido aquf. -dijo el Profesor, ensanchando el pecho y respirando con sa- tisfacci6n-. Me siento content. Experimento la sensaci6n de haber salido de una prisidn, de haberme liberado de unas pesa- das cadenas que me aherrojaban cruelmente el alma. Me hacfa falta reconciliarme con la Naturaleza. Es verdad que sus ca- ricias matan, pero qu6 pura es, qu6 sana y emancipada de arti- 121