el viento, ante la noche tenebrosa y el bramar del terremoto enagenado. -iYa todo ha pasado, amigos mios! -expres6 el doctor Desaix-. Nuestra vida recobra su normalidad. Hemos presen- ciado un especticulo grandiose, inigualable, que nos da una gran ventaja sobre los amigos que dejamos en Francia. iQue el cognac rebose nuestras copas! Tiene usted la palabra, pro- fesor Croiset. Nos prometi6 hablarnos de Aulo Gelio, el gramA- tico latino del siglo n, y de sus Noches AticasD. -En efecto -respondi6 el aludido-, Gelio asegura que bajo el Consulado de Valerio Messala se dict6 una ley que obli- gaba a los ricos a no gastar mAs de 120 ases en las comidas a las que se invitasen reciprocamente; a no servir vinos extran- jeros y a no colocar sobre la mesa mis de cien libras de ser- vicio de plata. Agrega que luego se adopt6 la Ley Fania, que permitia gastar hasta cien libras en las comidas celebradas durante determinadas fiestas. Despuds la Ley Lucinia permitia gastar hasta cien ases en los festines nupciales. Esa misma ley regulaba la cantidad diaria de came ahumada o salada que podfa consumer una persona. -Se lamenta Aulo Gelio de que estas leyes suntuarias ca- yeran en desuso y de que ya en la 6poca de Sila los ricos gas- taban en los placeres de la mesa inmensos caudales, a tal extreme, que el dictador hizo que se adoptaran leyes regulando de nuevo los gastos de la mesa. Una de 6stas, la Ley Emilia, rcglamentaba no el gasto sino la cantidad de especias y man- jares que podian comerse. Otra de estas leyes disponfa que los magistrados o los candidates a esos cargos no podian aceptar invitaciones a comer en las casas de los ricos. Sin embargo, agrega Gelio, ya en tiempos de Augusto las leyes permitieron mayores gastos. Marco Varr6n, el ilustre poligrafo romano, amigo de Cicer6n, hizo una descripci6n festival de los rebus- cados manjares que servian en sus comidas los romanos de la 6poca: pavos reales de Samos, grullas de Melo, cabritos de Ambracia, murena de Tartaria, ostras de Tarento, estorninos de Rodas, escaros de Sicilia, almendras de Taso, ditiles de Egipto, bellotas de Espafia. Nuestro Aulo Gelio se irrita ante estos refinamientos y exclama: easi cobra tribute la glotoneria y agota su industrial en buscar por todas parties manjares des- conocidos. Para despreciar estos excess debemos recorder los verses de Euripides que dicen: ey qud otra cosa necesitan los mortales que los frutos de Ceres per alimerto y el agua por bebida? Estos regalos de la Naturaleza estdn a nuestro alcance