-Ya se fue... Eran las ocho de la mafiana, y comenzaron a salir las pri- meras luces del sol, como si estuviera amaneciendo... Durante el resto del dia el equipo de carpinteros que habia venido de SamanA y los sirvientes se ocuparon de poner la casa en orden. El yate entr6 a la bahia siendo las tres de la tar- de y bajaron mecAnicos y electricistas para reparar los dafios en las instalaciones eldctricas y de agua. A las siete de la noche todo estaba organizado. Los sefiores durmieron hasta el anochecer. El tiempo habia continuado lluvioso y nublado y un alto grado de humedad prevalecia en la atm6sfera. Durante la cena los comentarios fueron animados. -jNunca cref que iba a ser espectador de una escena tan grandiosa! -dijo el doctor Desaix-. Les confieso que no era miedo, sino emoci6n, to que sentia. Los mas violentos pasajes. de Esquilo y Shakespeare son pllidos comparados con el dra- ma que presenciamos anoche. iCuAnta grandiosidad! iParecia que el cielo se habia rajado, que los elements se habian con- fabulado para preludiar el fin del mundo! -Pues yo estaba muerto de miedo -confes6 Leroy-. Crei que la casa se nos venia encima y que el mar nos iba a tra- gar. Los ruidos del viento, de las olas y de la lluvia sobre el techo me producian espanto. iEra una escena infernal! -Admito que tenfa miedo, pero nunca pens6 en que podrfa- mos perecer. Las palabras de Trigarthon se grabaron en mi memorial: la bahia nos protegia. Nunca habia entrado en ella un cicl6n... -adujo el professor. -iC6mo! -grit6 Leroy-. dY entonces qu6 fue lo que tuvi- mos anoche? -Apenas rafagas aciclonadas, amigos mios -contest6 el profesor-. El yate ha vuelto a ocupar su sitio frente a Anadel y el capitan me ha enviado un mensaje, segtn el cual el ni- cleo del cicl6n pas6 a mas de ochenta millas maritimas de dis- tancia de la costa Norte de la peninsula, y la direcci6n del viento era del Este hacia el Oeste. Lo que sentimos fueron las rafagas que lograron meters por la boca de la bahfa, y que los cayos e islotes amortiguaron bastante. Quiero felicitar a Trigarthon por sus atinadas predicciones. -Y al decirlo toc6 un timbre y orden6 su presencia. El sirviente que acudi6 a su Ilamada inform que Trigarthon habia salido en su cayuco al mediodia, rumbo a su casa, y no habia regresado todavia. Eran las nueve de la noche. Se produjo un moment de desasosiego en el grupo. No se atrevian a mirar a Rosina. Esta permane-