furia las paredes de madera de la casa y en el techo de zinc el ruido era ensordecedor. Los rugidos del mar iban en aumen- to, llevando sobresalto al Animo del abogado .Leroy, que dijo que esas cosas eran buenas para verlas y oirlas en peliculas solamente. Ya a las cinco de la mafiana, la irritaci6n de los elements era espantosa. La casa temblaba, como si fuera la frAgil rama de un Arbol. El agua de la Iluvia se metia por las persianas. Se sentia un calor molesto y pegajoso. Los sirvien- tes habian recogido las alfombras. Sirvieron emparedados y cafe caliente, pero nadie quiso comer. De repente, la casa qued6 a oscuras. El fluido el6ctrico se habia interrumpido, debido pro- bablemente a la rotura de algdn cable. Trajeron faroles de gas, A las seis de la mafiana parecia que era medianoche. Aprove- chando un moment en que la Iluvia amain6, el detective entre- abri6 una persiana y con su fanal eldctrico enfoc6 el kiosco- observatorio, y pudieron ver que las olas, al estrellarse contra la roca, alcanzaban el kiosco con su espuma. El espectAculo era para sobrecoger los Animos. El doctor Desaix se daba paseos a grandes zancadas, maldiciendo del encierro y de la oscuridad, que le vedaban disfrutar del grandiose especticulo. Todos se daban cuenta que hablaba para darse valor. De repente, se oyd un terrible crujido en el techo.. En la cara de todos se pint6 el espanto. Aparecieron el detective y et senior Castanelli, y dste orden6: -Siganme todos, sin precipl tarse. Vamos al s6tano. -Bajaron alumbrados con el fanat el6ctrico del detective. Se sentaron sobre cajas y bafxles. Aquf los ruidos infernales eran menos perceptibles, pero el piso estaba lleno de agua y los faroles de gas habia que estarlos encendiendo a cada rato porque el viento que se colaba por las claraboyas, a pesar de estar bien cerradas, los apagaba. La casa se estremecfa y crujia como si se fuera a desplomar. Es- taban todos juntos, los sefiores, los criados, Trigarthon, los car- pinteros y Castanelli. Trigarthon y Rosina habian quedado jun- tos, y 6sta le apretaba las manos, temblorosa. Se escuchaba el ruido de objetos que el viento arrancaba y tiraba y estrellaba contra las paredes de la casa. El bramido del mar era pavo- roso. El viento silbaba con espantosos chillidos... Por fin el tremendo meteoro comenz6 a amainar. Lenta- mente los vientos fueron perdiendo su fuerza, mientras la Iluvia arreciaba, pero ahora en forma continue y monorritmica. Los animos en el s6tano empezaron a aquietarse. De improvi- so se escuch6 un lejano y prolongado trueno, y Trigarthon dijo, con palabras que todos recibieron con alivio: