mas, creo que todo esto es exagerado. Voy a consultar a mi bar6metro -y al tocar un timbre apareci6 un sirviente-. Di- gale a Trigarthon que suba aquf inmediatamente. Era indudable que el doctor tenia algunos tragos de mas en la cabeza. Los otros sonrieron, a pesar del temor y Ia expec- taci6n que embargaba sus Animos. Al poco lleg6 Trigarthon. Entr6, con su acostumbrada timidez. Fue el professor quien le pidi6 su opinion acerca del tiempo. -Parece que viene un cicl6n -contest6, con su voz serena y lenta-. Se lo dije esta mafiana al abogado. Ahi estan unas gentes que vinieron de Samand y que van a clavar las puertas y ventanas. Eso estA bien. Pero yo creo que los ciclones nunca entran a la bahia. Se meten los vientos fuertes, que tumban ranchos y matas de plAtano, pero esta casa nunca la tumb6 un cicl6n de los muchos que han pasado cerca, y ahora me- nos, porque esta mfs fuerte despues de reconstruirla, Pero... no tengan miedo. Ese cicl6n pasara lejos, mafiana, como a las seis de la mafiana. Yo estoy alli abajo, ayudando a los carpin- teros. iAh!, se me olvidaba, si ven que el viento rompe una ventana, mdtanse debajo de la cama. Se lo repito, no pasara nada. S61o vientos un poco mis fuertes que los de ahora. Y muchos chubascos y turbonadas. Cuando oigan un trueno. es que ya todo pas6... Era impossible conversar, por el ruido del viento y del clave- teo en las paredes de la casa. El mayordomo entr6 para infor- mar al professor que habia dispuesto que todos los sirvientes permanecieran en la casa, y que ya habian mudado sus ropas desde los kioscos del patio. Luego sirvieron un consom6 ca- liente. Los libros y papeles del professor fueron guardados en los archivadores de metal, y la ropa en los bales y maletas. De Mers y Rosina fueron al despacho a guardarlo todo en los archivadores. Los sirvientes se ocuparfan de hacer lo mismo con la ropa del professor, del doctor y del senior Leroy. En el despacho, De Mers recomend6 a Rosina ir a su habitaci6n a guardar su ropa, y que 61 solo se ocuparia de los papeles del professor. Ya en su cuarto, Rosina toc6 el timbre y al llegar un criado le pidi6 que Ilamara a Trigarthon. Cuando 6ste entrd, Rosina cerr6 la puerta y abrazindole le bes6 ardientemente en los labios, Trigarthon logr6 desprenderse de los brazos de Ro- sina y al salir, le dirigi6 una mirada de pesadumbre y compa- si6n, y de su boca se escaparon estas palabras: -EstBs loca... Mientras tanto el viento arreciaba y la lluvia azotaba con