en sorpresa y en asombro. Retorn6 violentamente a su memo- ria la sensaci6n aquella que le atorment6 la noche que sigui6 al primer viaje con Rosina a este cayo. Sentia que la sangre se agolpaba en su cabeza y que estremecimientos nuevos re- corrlan su cuerpo. Instintivamente, sus manos se alargaron y acarici6 la cabeza y la cara de Rosina...-: tQu6 quieres que yo haga? -le pregunt6, casi sin poder hablar. -Prom6teme que me complaceris... El movi6 afirmativamente la cabeza. Entonces ella se quit el traje de bafio y con suave y lenta maestria desnud6 a Tri- garthon, mientras acariciaba su cuerpo con sus manos y sus labios. De su pecho se escapaban breves gritos y gemidos de placer: Oh, mon amour! -susurraba con los labios sobre la boca del amado. Una extrema felicidad la envolvia al compren- der que aquel poderoso hombre iba a ser suyo. Deseaba ardien- temente ser hecha pedazos por el vigor de aquel muchacho. Lo apretaba entire sus brazos, y besaba sus labios hasta casi hacerle dafio. Toda ella se agitaba, convulsa, ardorosa, mien- tras suaves quejidos continuaban saliendo de su estremecido pecho. Exacerbaba mis su voluptuosidad la exuberancia de aquel hombre y el hecho de saber que era ella la que lo iba a iniciar. El se dejaba hacer, queriendo corresponder a las cari- cias de Rosina, pero se sentia torpe, rudo, inhAbil. Ella se daba cuenta, y lo iba guiando, mientras su cuerpo parecda quebrarse en el paroxismo del placer y el del hombre se en- crespaba y su pecho rugfa enloquecido, en el impetu de aquella llameante iniciaci6n... Y las grutas y las concavidades de las rocas recogfan los rotos gemidos que la brisa transportaba, al brotar de los convulsos pechos, de las jadeantes bocas, en los divinos estremecimientos de la pasi6n... El mar seguia tranquilo, y tibia la mafiana y gris. Las nubes ocultaban el sol, en un discrete homenaje a la maravillosa inmolaci6n. Las aves retornaron a sus ramas predilectas. Los cuerpos, tendidos, en sosiego enlazados todavia, se iban desu- niendo, al ritmo del murmullo de las olas en la playa. Y la mar los recibi6 de nuevo, tan puros como antes, porque el amor los habia honrado con el laurel de la Naturaleza. Y volvieron a su nido. Y otra vez al mar, que los reconfortaba con la sal de sus aguas y les ofrecia su dulce convivencia... hasta que la tarde moribunda y el plicido cansancio los hicieron regresar...