desnudo, mirando su pecho henchirse cada vez que sus brazos poderosos hundfan los remos en las aguas del mar, en aquella mariana tibia y gris, en que la locura era duefia de sus actos. Habia desafiado todos los obstaculos. Ya casi no podia disi- mular. Advertia que todos sospechaban la salvaje pasi6n que la dominaba y comprendi6 que querfan aislarla, alejarla del precipicio, salvarla. Pero todo era inatil. Estaba perdida. El instinto vencfa todos los miramientos y las convenciones socia- les. Sabia que lo exponfa todo. Pero ya no podia resistir mas. Y aquella mafiana, cuando todos adn dormian, baj6 a la playa, en traje de bafio, cubierta con su bata de felpa, Ilevando un canasto en las manos. Encontr6 a Trigarthon en la caseta de los botes. -Saca el cayuco. Vamos a cayo Alcatraz. -ZA pescar? -No. A nadar. Sube esta canasta al bote. iAnda, rapido! -D6jeme ir a buscar mi traje de bafio. -All lo veo, colgado. -No es el mfo. Es del detective. Me queda estrecho. -No imports. Lldvalo. i]Rpidol Y alia iban, bogando veloces, como el viento, en aquella ma- fiana tibia y gris, en que la locura era duefia de sus actos. Estaban sentados el uno frente al otro. El no se atrevia a mi- rarla mientras ella lo escudrifiaba minuciosamente, pulgada a pulgada, admirando sus enormes pies y sus largas y finas pier- nas. Adivinaba la curvatura de sus espaldas, sobre los rifiones, donde el mfsculo es tenso y vibrant. Miraba sus muslos, que el corto pantal6n mostraba casi enteros. Intufa sus caderas, macizas y firmes, y su final cintura. Crefa desfallecer. De re- pente se quit la bata, quedandose en traje de bafio y le dijo a Trigarthon: -Quitate la camiseta, para que puedas remar con mas sol- tura. El la obedeci6 y ella pudo ver de nuevo su torso vigoroso. Comprendi6 que iba a cometer una locura, victim de la exal- taci6n sexual que la dominaba, y hacienda un esfuerzo supre- mo logr6 contenerse un tanto. Recostindose en el bote dej6 que su mano izquierda rozara el agua y se puso a cantar a media voz. Mientras lo hacia quiso sorprender a Trigarthon, para saber si la estaba mirando, pero el muchacho persistia en no fijarse en ella. Al fin, Ilegaron al cayo, atracando el bote en el fondeadero. Luego subieron a la roca y Rosina inmedia- tamente se lanz6 a la poza, comenzando a hacer alardes de su