las ramas de los almendros, junto a la caseta de los botes. Al ver a Trigarthon, el doctor se le acerc6, y poni6ndole una mano sobre el hombro, exclam6, dirigidndose a la sefiora de Vergara: -Mire usted, sefiora, este magnifico ejemplar de la fauna humana. Si yo tuviera este cuerpo sane y joven y este cerebro pure y nuevo, seria duenfo del mundo. iToque usted estas car- nes, sefiora! iMire esos dientes! Contemple esos ojos azules, velados por larguisimas pestafias. Observe esa maravillosa mus- culatura, y justificari al emperador Adriano, porque tendra ante st la figure rediviva de Antino... eQu4 edad tienes, Tri- garthon? -Veinte aiios, senior. -iMaravilloso! Veinte alos... Debe medir seis pies y dos pulgadas -dijo, come si hablara para si mismo. Luego, diri- gidndose de nuevo a Trigarthon: -Eres muy fuerte. JPodrias levantar a la sefiora? -Y a usted tambi6n -contest6 Trigarthon, y sin vacilar levant6 al doctor sin el menor esfuerzo, mientras sonrefa, ino- centemente. -Hasta luego, muchacho -dijo el doctor amoscado, mien- tras tomaba del brazo a la sefiora y salfan de la caseta. Luego agreg6, con mal disimulada turbaci6n-: Subamos al observa- torio. Allf hace fresco y podremos tomar un bocadillo. -Mien- tras ascendian, la sefiora Vergara le dijo: -Usted fue per lana y sali6 trasquilado, mi querido doctor. -Asi es -contest6 dste-. IEl burlador burladol Despu6s de todo, me alegro de que no la levantase a usted... --Por qu6, doctor? -Ese hombre huele a vendaval, a marejada... y ustedes las mujeres son muy sensibles... Tal vez se hubiese pertur- bado su sistema endocrine. -Es usted terrible, doctor Desaix. Supe por mi esposo que Trigarthon es caste. En el pueblo le Hlaman cel doncello. -interesante! iInteresantel Que no lo sepa Rosina... -Es usted un poquitin perverse... En el grupo todos Io saben y ha side motive de comentarios. Parece que el lnico que lo ignoraba era usted, debiendo ser el primero en saberlo... -iNo veo per qud raz6n! -Usted es m6dico... y tiene que interesarle el sistema en- docrino... -iEsa bendita escalera y su ironia me han rendidol -y se dej6 caer en un sill6n de mimbre, al Ilegar al kiosco. A poco