suefno letArgico... Despert6, con los primeros claros de la ma- drugada, estropeado y confuso. En el muelle de Samani todos miraban asombrados a Tri- garthon. El cayuco estaba sobrecargado hasta los. bordes. No prestaba atenci6n a las preguntas que le hacfan. Hizo un hue- co y se meti6. El dia era bochornoso. El calor y la humedad eran intensos. Al cruzar frente a Anadel no mir6 hacia la casa. A las seis de la tarde habfa terminado de organizer sus nuevas pertenencias en la choza. Decidi6 regresar a Anadel siendo ya las nueve de la noche. En el camino Ie cay6 encima un terrible chubasco. Para poder remar con mAs facilidad se quit la camisa y la camiseta, que estaban empapadas. Cuando alcanz6 a ver las iluminadas ventanas de la casa, experiment una inquietud desacostumbrada. Se repuso y continue reman- do y con un fuerte y 6ltimo empuje atrac6 en las arenas de la playa. Al agacharse para amarrar el cayuco, cay6 de impro- vise sobre sus espaldas un chorro violent de luz. Desde el observatorio del kiosco el detective lo envolvia con su pode- roso fanal eldctrico. Se irguid sorprendido y cegado, con los brazos abiertos. Arriba, en el balc6n, se produjo un sdbito si!encio y los contertulios se pusieron de pie. -Es Trigarthon -grit6 Rosina, con incontenible alegrfa. -iNo! -dijo con voz tranquila el professor Croiset-. jEs el hijo de Anfitrite, que acaba de salir del fondo del mar! * El dia estaba soleado y caliente. Rosina y el secretario De Mers trabajaban con el professor mientras el resto del grupo se bafiaba en la playa de Anadel. Trigarthon estaba en la caseta de los botes, Justrando metales y limpiando los ape- ros de pesca. -Este enorme sombrero de paja me acompleja sobrema- nera, porque me hace sentir islefio y primitive -expres6 el doctor Desaix mientras, sofocado ya, hacia esfuerzos por man- tenerse a flote-. Sacrifice mi dignidad, llevando este sombre- ro odioso, para que el sol no me achicharre. -Salgamos un rato a descansar a la sombra, doctor, pues yo tambidn me siento molesta con tanto sol -dijo la sefiora de Vergara, y ambos asi lo hicieron, yendose a cobijar bajo