casa, y sentirse solo y tranquilo y cocinarse 61 mismo y bafiar- se libremente en su playa, en su mar, sin que nadie lo mi- rase, bajo la luz de las estrellas. De repente, se acord6 del incident en cayo Alcatraz. iOu6 grosero habia side con la sefiorita! iNo se lo perdonarfa jams! Pero... fue ella quien lo provoc6, cuando quiso dominarlo en el fondo de la poza. INo! Habia side un brute. La agarr6 y la arrastr6 con dema- siada violencia dentro del agua. Su cabeza daba vueltas. Se culpaba y luego se excusaba a si mismo. Ella era una expert nadadora. Zambullia tanto come 61. iCuAn hermosa era! iCuwn grate fue el contact de su piel cuando se agarr6 a sus espal- das, al tratar de salir de la poza, y qud perfume tan maravi- Iloso emanaba de sus cabellos! Una sensaci6n de deleite y de angustia al mismo tiempo invadi6 todo su ser. Era una emo- ci6n desconocida, que le hacfa sufrir y gozar al mismo tiempo. Tenia que olvidar aquellas cosas. Era necesario que durmiera porque se iba a levantar temprano. Irfa a Samana en su cayt- co. Necesitaba comprar algunas cosas. Tenfa la obsesi6n de que necesitaba comprar algunas cosas, pero no sabia lo que era. En la gaveta del armario del kiosco en que dormia se habian ido acumulando los jornales que le pagaban desde hacia ya cuatro meses. Era una suma de dinero demasiado grande para 61... Compraria muchas cosas en las tiendas de Samand. Muchas cosas que hacian falta en su choza, para cuando regresara a ella. Compraria dos sillas y una mecedora, y una o dos almohadas, y sAbanas y funds y una nueva col- choneta para su cama. La cama vieja y grande donde durmie. ran sus padres. Y comprarfa ollas y pailas y calderos nuevos, y anafes, y frascos para echar sus vinagres y sus encurtidos. Y tambidn un serrucho y un martillo, y un hacha y una azada, y dos machetes. Y compraria cuchillos y tenedores, y plates y cucharas. Compraria de todo. La gaveta estaba llena de dinero. No sabia cuanto habria, pero era much. Y trabajarfa algunos meses mas para comprar dos vacas y entonces... entonces vol- veria a su playa, a vivir come antes, a cultivar su conuco y a tirar la naza y a salar sus pescados y a cocinar sus can- grejos, guisados en su propia manteca, aromatizados con las yerbas que su madre habia sembrado, a la vera de la choza... Ya el sueflo le vencia. Ya se iba a dormir cuando, repentina- mente volvi6 a su mente la imagen de aquella mujer. Un esca- lofrio incomprensible recorri6 todo su cuerpo. Se le escap6 un gemido. Se apret6 la cara con las manos y per fin cay6 en un