solt6, la agarr6 por los pies, la subi6 a la superficie, la dej6 que tomara aire, y volvi6 a sumergirla. Repiti6 el juego varias veces hasta que ella logr6 escapArsele y huy6 hacia arriba. El se mantuvo en el fondo, buceando lentamente, tocando con sus manos las arenas del fondo. Repuesta ya, Rosina exclam6, dirigidndose a Vergara: -iPero no es possible que resista tanto tiempo debajo del agua! ;Es un fen6meno! iTiene la fuerza y la destreza de una bestia marina! Cuando al fin subi6 a la superficie, lentamente, sin mirar a Rosina se acerc6 a Vergara y le express, en tono de sdplica: -Haga el favor de decirle a la sefiorita que me perdone... No debi hacerlo. Esta ri6 y acercandosele le dijo: --Por qu6 no, Trigarthon? Somos amigos y compafieros de excursion. He pasado un rato muy agradable, pero la pr6xima vez te hare beber much agua, porque ya conozco tus ardides y tus mafias. Cuando fueron a salir se percataron de que no era tan fcil. La roca era escarpada. Trigarthon subi6 primero y desde me- dio camino agarr6 de la mano a Vergara y lo ayud6 a subir. Con Rosina no fue simple, porque la roca podia rasgufiarla y le faltaba fuerza para asirse a los salientes del pefiasco. Enton- ces Trigarthon se lanz6 de nuevo al agua y le pidi6 a Rosina que se subiera a sus espaldas, y que se agarrara a su cuello con los brazos, mientras 61 trataba de escalar la roca, pero se desplomaron y cayeron en el agua. Al fin Trigarthon sali6 y fue caminando hacia el fondeadero, trajo el cayuco, y acer- cAndose lo mas possible a la poza logr6 asir de la mano a Rosina y subirla al bote. Cuando regresaron a Anadel, Rosina entr6 a la caseta de la playa donde funcionaba el baiio de agua dulce, y se dio un duchazo para quitarse la sal marina. Mientras se secaba con la toalla, observ6 en sus piernas unas ligeras manchas rosadas y se dio cuenta que eran las marcas de las manos de Trigar- thon, aquel negro poderoso y de extrafios ojos azules, como un Apolo de bronce, cuando la agarr6 en el fondo de la poza de cayo Alcatraz y la zarande6 como a una fr&gil alga marina. Se puso en pie y sacudi6 violentamente la cabeza, para espantar un pensamiento que, cual un relimpago, habia cruzado por su mente, hacienda vibrar su cuerpo, con ins61itos estremeci- mientos. Los otros dos grupos regresaron con abundante pesca. El