ti6 deseos de volverse. Le pareci6 que habia hecho mal. Pero una fuerza irresistible le empujaba hacia su casa. Su choza estaba al fondo de la desierta playa entire las aldeas de Care- nero y Los Yagrumos. Estuvo remando una hora, durante la cual su cayuco se desliz6 velozmente. Parecla que sus brazos tuvieran mAs fuerza que nunca. Al llegar arrastr6 el bote sobre la arena y se ech6 al suelo, boca abajo, agotado de cansancio. Sentia c6mo el suave oleaje lamia sus pies. Y se qued6 dor- mido. Un ruido lejano lo despert6. El sol le daba de lieno en la cara. Calcul6 que ya era mediodia. El ruido se acercaba. Com- prendi6 que era un bote de motor. Vendrian a buscarlo. Pens6 en salir huyendo, pero ya el bote estaba ahi, tripulado por dos mariners de Samand, conocidos suyos, y traian al abogado. Trigarthon respir6, aliviado, y fue a ayudarlo a salir del bote. --Qud ha sucedido? -pregunt6 el abogado. Trigarthon no se habia percatado de que a su lado estaba tirada la ropa y el dinero que habia traido, y contest, atur- dido y confuse todavia: -Parece que al llegar me dormi... El viento... -Tienes que volver. El mayordomo me explic6 lo sucedido. Ha sido un mal entendido. Desde ahora harAs lo que quieras. No estarAs sometido a las reglas de la casa. Seras independien- te. Solamente utilizarAn tus servicios cuando salgan a la mar, en los botes. Tt seras el gula, porque conoces bien la Bahia y sabes d6nde estAn los bajios y los cayos. Si no quieres comer con los sirvientes, puedes hacerlo donde quieras, o te llevarin la comida a tu kiosco. He hablado much de ti con el profe- sor, y quiere conocerte. Es un hombre muy important y te gustarA conocerlo. Es agradable y simpAtico, y serAn buenos amigos. LlegarA dentro de dos dias. Vuelve conmigo, no me hagas quedar mal... Se qued6 mirandole, y la confianza volvi6 a su coraz6n. No contest una sola palabra. Fue hacia el cayuco, lo amarr6 de la popa del bote motor y salieron, rumbo a la casa de Anadel. Cuando llegaron, el detective se estaba bafiando, solo, en la pequefia playa de Anadel, debajo del reci6n construido muelle. Mientras el abogado subia por la escalera de piedras, hacia la casa, Trigarthon amarraba su cayuco, junto al muelle. El de- tective sali6 del agua, se le acerc6 y con un certero pufietazo lo ech6 al suelo, se le tir6 encima y lo arrastr6 hasta meterlo en el agua y alli lo zambull6 y lo zarandeaba con una fuerza