espafiol, que por 6rdenes del mayordomo debfa estar en la ,asa de botes, lustrando los metals. Baj6. Abri6 el almacdn y en- contr6 dos botes grandes de motor, y uno de remos, y colgados de las paredes una variedad extraordinaria de redes, an- zuelos, varas y diversos menesteres de pescar. Ley6 las ins- trucciones que habia en los tarros y frascos, y se puso a bru- fiir los metales de las embarcaciones. Anochecia cuando son6 un timbre. Sin comprender lo que aquello queria decir, apag6 la luz, cerr6 el garaje y se encamin6 a su kiosco. Cuando iba a entrar, Jo alcanz6 un sirviente y le dijo que pasara al come- dor de los sirvientes, que iban a servir la cena. A las once de la noche, cuando el segundo mayordomo en- tr6 en la oficina del primero para rendirle cuenta de los suce- sos del dia, tuvo lugar el siguiente didlogo: -El negro provoc6 un incident. A las nueve de la noche baj6 al muelle, se desvisti6 y se tir6 al agua. Lanzaba bufidos y nadaba y zumbullfa como una marsopa. Me lo inform el de- tective, que quiso impedir que Io hiciera, pero el negro insis- ti6 y dijo que si le prohibian su bafio en el mar antes de acos- tarse, abandonaba el cargo y se iba inmediatamente a su casa. Tendremos que sustituirlo. -Es necesario tolerarlo -contest6, con voz fire el primer mayordomo-. El abogado ha dicho que es insustituible, por- que conoce palmo a palmo la Bahfa, es honrado y trabajador, y porque habla inglds. Olvide el incident y sea bendvolo con dl. Ademrs, no le llame ael negro. Tiene su nombre. Se llama Trigarthon. Quit6 el mosquitero y lo tir6 al suelo. Aquello producia calor y Ie quitaba aire. Abri6 las dos ventanas del kiosco y se acos- t6. Se sentia irritado e inc6modo. Le habian querido prohibir su bafio nocturno. Se iria mafiana. Ademas, aquello le parecia un cuartel de soldados. Durante la cena, en el comedor de los sirvientes, todos parecian mudos. No tomaban agua, sino vino, que 61 se neg6 a probar. Le pareci6 que su presencia moles- taba. Se levant6 de madrugada y recogi6 las cosas que habia trafdo. Baj6 a la playa, ech6 su cayuco al agua y comenz6 a remar, rumbo a su casa. Todavia brillaban algunas estrellas en el cielo. El mar estaba tranquilo. Tenia la cabeza cerrada a todo pensamiento. El golpe de los remos sobre las quietas aguas le iba despertando poco a poco de su aturdimiento. Sin-