Algunos dias despu6s comenzaron a llegar lanchones car- gados de muebles y materials de construcci6n. Vinieron in- genieros, maestros de obra, capataces, albafiiles, carpinteros y peones, y empez6 el trabajo. En total eran como treinta hom- bres y diez o doce mujeres, que lavaban y cocinaban. La mayor part regresaba al cercano pueblo todas las tardes, para volver temprano al otro dia. Otros dormian en las dependencias de la casa, o en la casa misma, sobre el piso, entire cajones y trastos. Habia transcurrido una semana, y ya Trigarthon era amigo de todos. Le hablan asignado el puesto de capataz y su trabajo consistia en ir de un lugar a otro organizando los materials en su calidad de guarda-almac6n, debiendo contro- lar la entrega de los materials, mediante Kvales* firmados por los maestros de obra. Un dia, casi al amanecer, lleg6 el abo- gado. Vino en un bote grande, de motor. Trigarthon le mir6, casi con afecto, como a un viejo conocido, pero el hombre ape- nas se fij6 en 61, sin dirigirle la palabra. Daba 6rdenes y dis- cutia con los ingenieros. Aquello era un bullicio enorme, que los primeros dias conturb6 un poco a Trigarthon, acostum- brado a la tranquilidad y al silencio. Luego se habitu6, y ya sentia alegria cuando al despuntar la aurora comenzaba el mar- tilleo y las voices de los trabajadores. iQud hermosa era la naturaleza en aquel pedazo de tierra! Trigarthon se sentia satisfecho y content en su nueva vida, sobre aquel cerro, desde donde admiraba el conjunto de toda la ensenada. Las noches eran frescas, acariciadas por la brisa del mar, y los dias llenos de alegria y de nuevas sorpresas cada vez. Sobre aquel cerro, el sol parecia tener mAs luz. Era una luminosidad transparent, que se exaltaba con el azul del cielo y el verde de los Arboles. Era alada y sutil, aquella luz, que lo invadia todo, y que daba la sensaci6n de penetrar hasta el fondo mismo de la tierra. La fresca brisa acariciaba como si tuviera manos amorosas y el rumor del mar era como una can- ci6n, sin comienzo ni final. El aire olia a frutas y a flores. Los Arboles se poblaban de pAjaros cantores que Ilenaban el am- biente con sus trinos. At canto de los trabajadores se unia el martilleo y el ruido de las sierras y las herramientas de tra- bajo. Trigarthon se entusiasmaba en este nuevo ambient. Se sentia con ganas de cantar. Era algo nuevo en su vida, tan dis- tinto a la soledad de su choza, abandonada ahora alli abajo, en el otro extreme de la ensenada. Su alma, habituada al silen- cio, se desbordaba en torrentes de afecto hacia todas aquellas personas. A veces sentia la nostalgia de su antigua soledad, y