pueblo. Habfa sido construida hacia muchos aflos, sobre las ruinas del antiguo palacio de Monsieur Arandelle, el colono francs cuya hacienda, expropiada hacfa ya un siglo, habia servido para radicar en ella a su abuelo Sitermann Milord Rymer y los demAs inmigrantes negros, hacia ya tanto tiempo. Estaba situada a gran altura, en la cima de un promontorio llamado aPunta Gorda,, que formaba el agudo cabo que cierra la ensenada de qClarad. Sus duefos venfan a ocuparla durante los meses de verano, celebrando fiestas diariamente y orga- nizando cacerias y pescas por todo el litoral, especialmente al doblar la -Punta Gorda*, donde esta la playa de aLa Agiiada*, tranquila siempre, profunda y transparent hasta su mismo fondo. Eran gente alegre, que trafan muchos amigos, y se di- vertlan sanamente. Hacia muchos aiios que ya no venian, y la casa permanecia cerrada, al cuidado de un pe6n que vivia en uno de los pabellones detris de la casa. El abandon la habia desmejorado much, bajo el rigor de la lluvia y la brisa del mar. Recordaba haber subido, cuando nifio, hasta la casa aque- Ila, de la que los vecinos contaban maravillas. Revivfa en su mente la impresi6n de asombro que sufri6 al sentirse junto a aquella casa tan grande y tan hermosa. Cuando acompafiando a su padre, en el cayuco, mar afuera, atravesaba la ensenada, el viejo le decia, apuntando con su dedo: -Aquella casa es muy grande y muy rica... es un palacio... Y el abogado hablaba, sin cesar. Explicaba que el sueldo que le ofrecia compensaria el relative abandon en que ten- dria que dejar su conuco; que podria habitar uno de los pabe- llones, detrAs de la casa, y utilizar los servicios de alguna mujer que Ie preparara las comidas y le lavara la ropa. Sin esperar la respuesta de Trigarthon, puso en sus manos un rollo de billetes de banco, para que atendiera los primeros gastos. Debfa ir al dia siguiente a ocupar su puesto. Cuando se qued6 solo, quiso calcular el alcance del paso que acababa de dar, y se arrepinti6 de haberlo dado. Sentiase culpable por su debilidad. Tendrta que abandonar su conuco, cerrar el bohfo, descuidar las nasas, alejarse de aquella here- dad donde habia vivido su abuelo el pastor Sitermann Milord Rymer, su padre Ador y donde habia pasado 61 toda su vida. Ahora se veria siempre rodeado de extranjeros, 61, que tan ttmido era junto a personas desconocidas, que amaba tanto la soledad, el silencio de su casa pequefia y tan querida, junto al mar, bajo la fresca sombra de los cocoteros. ZY sus ani- males? IQud iba a ser de la vieja vaca, tan buena criadora,