nuevo al comer aquellas cosas preparadas per 61 mismo. Cuan- do, echado sobre la arena de la playa, o dormitando bajo la sombra de un Arbol. sentia las lamadas hambrientas de su est6mago, se complacia en dejar que su imaginaci6n inventara combinaciones culinarias que enardecian su apetito inagota- ble, y que luego trataba de Ilevar a la practice. En uno de aquellos ensuefios cre6 un plato que Ileg6 a ser su favorite: en las noches de luna, apresaba los cangrejos tiernos que caminaban en la playa, aturdidos y deslumbrados por la luz sideral, seleccionando aquellos que le parecian gordos y man- tecosos, por el brillo anaranjado de sus caparazones. Luego de lavarlos cuidadosamente con una escobilla hecha de fibras ve- getales, los cortaba en pedazos, siguiendo las secciones natu- rales y las divisions 6seas o cartilaginosas del gordo crus- tAceo. Colocaba aquellos trozos, despuds de bien lavados varias veces en agua con jugo de lim6n, en la olla grande de barro, agregandole algunas gotas del liquid sabroso de aquel frasco que era su tesoro. tomatoes y cebollas cortadas en menudos trozos, y yerbas, todas aquellas yerbas que crecian junto a la cocina, y que 61 con tanto amor cultivaba diariamente, regan- dolas y acodando sus tiernas y d6biles raicillas; luego venia el acto de poner la sal, que ejecutaba con seriedad y parsimoe nia, y per uItimo tapaba la olla y la dejaba ast macerando toda la noche y la maflana del dia siguiente, para que el can- grejo sc impregnara bien con aquella salsa cuyo olor incitaba las membranes de su palad-r, ansioso siempre de sabores nue- vos. Cuando regresaba del conuco, rallaba un coco, cxprimia la came, recogiendo la leche y agregandola al guiso encendia el fue- go y con espectante curiosidad vigilaba los primeros hervores y aspiraba el aroma que se esparcia per los aires, mientras su bo- ca se hacia agua, en la nerviosidad de aquel apetito suyo que nunca tenia fin. Cuando ya el liquid se habia casi consumido, dejaba que los trozos se sofrieran ligeramente en la propia grasa del crusticeo, hasta que tomaran un ligero tone dorado, to que le indicaba quc ya aquello estaba list para ser devo- rado. Comia con deleitoso entusiasmo y con marcada fruici6n aquel guiso de gusto tan sabroso. Acompafiaba este plato prin- cipal con plAtanos verdes, tiernos y frescos, que sancochaba on olla aparte. Cuando lo comi6 la uiltima vez. en la soledad de su choza, en aquel mcdiodia de ligera llovizna otofial, no se percat6 de que per el tranquilo mar se acercaba un bote de remos enfilando la proa hacia el fondeadero, frente a su casa, mientras 61 se preparaba a dormitar un rate en aquellas