deros y las pailas, viejos, descascarados y ennegrecidos por 1 humo de la lefia, le parecieron instruments de misterioso mecanismo. No hizo case a las ofertas de una vieja de la aldea vecina, para que fuera a comer a su choza diariamente, pagan- dole una mensualidad. Decidi6 cocinar e1 mismo, v cocin6. Su primera experiencia le caus6 desaliento, pero se limit6 a son- reir. El instinto lo guiaba. Pasada la primera semana, ya se permitia fantasear con los menjunjes que estaban en los fras- cos, en la destartalada cocina. Se dio cuenta de que le gus- taba la comida cocinada por 61 mismo, y lo hacia con entu- siasmo. Habia descubierto, inesperadamente, que le gustaba cocinar. Al acostarse, mientras Ilegaba el suefio, pensaba en lo que cocinaria al dia siguiente. A veces, mientras trabajaba en el conuco, sentia prisa por terminar y volver a la casa para hacer acocinados. que se le ocurrian en su mente primitive, pero florecida con ]a elocuencia del instinto. Tal vez de la herencia. Los pescados secos al sol, aplanados, casi laminados, los echaba sobre las brasas ardientes, para que se asaran, hasta casi carbonizarlos. Otras veces, los cortaba en trozos y los ponfa a hervir, agregAndole tomatoes maduros que se daban silvestres junto al bohio, entretenidndose en romperlos poco a poco, con el cuchardn de madera, dentro de la olla, para que se unieran bien a los trozos de pescado. Sancochaba las verduras en la paila grande, de barro negro, en cuyo exterior se habia formado una gruesa costra con las cenizas y el humo. Una vez se le ocurri6 mezclarlo todo, el pescado salado, las verduras, trozos grandes de cebolla, cabezas enters de ajo, y unas hojillas d6biles y perfumadas que crecian detras de la cocina, que su madre cuidaba amorosamente, cuyos nombres recordaba con vaguedad: perejil, cilantro, oregano, albahaca, cosas que sonaban dulcemente en su memorial, como si toda- via las estuviese oyendo de los labios de la madre. En un frasco grande, curtido por el tiempo y los vapores del fog6n, habia una mezcla hecha de jugos de lim6n, naranja agria, ajies picantes, malaguetas y pimientas, con una ligera espuma en la parte superior, product de la iniciada fermentaci6n, de sabor intensamente picante, zumo dste del cual gustaba echar algunas gotas a aquellos potajes inventados por dl. Cuidaba de aquel frasco como si se tratara de un tesoro: met6dica- mente iba agregAndole zumo de naranjas agrias, a media que el contenido disminufa, poniendole asimismo los otros ingre- dientes, consumidos ya por su voraz apetito. Sentfa un delete