Se sentfa atrafdo por las travesuras de la Naturaleza. La lluvia era un juego, y el fulgor de las estrellas una fiesta. Can- turreaba sin quererlo, para dar salida a la constant alegria de su alma y a ]a exuberancia de su salud. Cuando en las tibias madrugadas ascendia la loma, en camino hacia las siem- bras, correteaba, esquivando con saltos las piedras del camino, hacienda cabriolas y zigzags con sus piernas fuertes y largas. Si le hubiesen visto desde lejos, le hubieran podido career un loco saltimbanqui. Pero s61o era un muchacho, saludable, ino- cente y alegre. Al bafiarse en la playa solitaria, daba zambu- llones en el agua como un delfin, enardecido por una inexpli- cable contentura. Cuando estaba frente a otras personas, la serenidad de su compostura no dejaba adivinar los alegres y espontaneos movimientos que realizaba su cuerpo cuando sa* bia que nadie le podia observer. Era un muchacho que reto- zaba con la soledad, como si fuera una pelota. En el aisla- miento de su casa, al murmurar las oraciones que habia apren- dido de su madre, lo hacfa con tan delicado desenfado que parecia estarse dirigiendo a un compafiero y no a Dios. Su voz era pausada y sonora. Al hablar se notaba un vago acento del idioma paterno, que no habia olvidado. Cuando le hablaban en inglqs, preferfa siempre contestar en espafiol. Todos le que- rian y todos le respetaban. Las mozas segulan mirAndolo, con mat disimulada codicia, casi con insolencia, atrafdas por aquel cuerpo fornido, saludable, joven, con la hermosura que tiene todo lo silvestre. Una tarde, at regresar del conuco, encontr6 a la madre muerta, como una avecilla, acurrncada en el fondo de la vieja cama de madera. Parecfa dormir. Se sinti6 anonadado, sin poder comprender con claridad lo que habfa ocurrido. Fue a los ca- serfos vecinos, a buscar amigos, que le ayudaron a amorta- jarla. El entierro se verific6 al otro dia, detras de la loma, junto al conuco, donde quedaban rastros del que fue cemen- terio de la desaparecida aldea. Al regresar a su casa estaba cansado y aturdido. No podia coordinar claramente sus ideas. De pronto comenz6 a llorar, como un muchacho. ZAcaso era otra cosa? Trigarthon estaba ahora solo, completamente solo, en aque- lla casa donde en cada rinc6n habia un recuerdo de su madre. Ahora tenfa que hacerlo todo: trabajar en el conuco, sacar la nasa y limpiar el pescado y salarlo y ponerlo a secar sobre el techo de la choza; lavar la ropa y cocinar. ICocinar! Le pare- ci6 impossible que pudiese hacer aquella operaci6n. Los cal-