incertidumbre de una precaria libertad, para ocupar nuevas chozas en tierras desconocidas, frente tambirn a las insegu- ridades de una vida nueva, en una isla de inestabilidad poli- tica, azotada por terrible huracanes, y en lamentable condi- ci6n social, victim de la miseria y el abandon. Luego, con el correr de los afios, todo aquello fue cambiando. Se fueron los haitianos, acosados por los natives triunfantes, y vinieron en- tonces las revoluciones civiles, trayendo mas miseria y mas dolor,.. En las noches claras de luna, junto a la anciana madre adormecida, a la vera de la choza, en la soledad arrullada por el lento ir y venir de las olas, recordaba las palabras de su padre, del viejo Ador, el Pastor Protestante, contando con cascada voz y tr6mulo entusiasmo la vieja y repetida historic de aquella inmigraci6n... Eran recuerdos que cruzaban veloces por su mente, en for- ma desordenada. Al forjar tales memories, su alma experimen- taba un raro placer, que lo sumia en absolute quietud, durante la cual solamente se movian sus grandes pupilas, como para ayudar el trabajo afanado de la mente. El brillo de sus ojos traslucia el hervidero de sus pensamientos. No era tonto. Sabia pensar con claridad, aunque sus pensamientos estuviesen satu- rados de puerilidad, porque se apoyaban en hechos y circuns- tancias surgidos directamente de las experiencias de su pro- pia vida, del recuerdo de las palabras de su padre, que habia sido el finico amigo de su infancia. En lo profundo de su mente, cuando habia que adoptar un juicio, tomaba como pun- tos de comparaci6n los propios hechos de la Naturaleza, tan simples y espontAneos, tan stbitos, que no era possible que se mezclaran con valores o concepts intelectuales. Hasta se po- dria decir que sus juicios tenian la pureza de la originalidad. Su alma era tan cAndida, tan buena su conciencia, que las ideas que tenia de la vida se forjaban con la mayor limpieza. La serenidad de su rostro, la armonia de sus gestos y el balance de sus movimientos, mostraban lo que era aquel horn- bre, aquel muchacho, aquel Trigarthon, hijo del mar, negro como la noche y simple y puro como la luz. Sabia del amor por los cuentos que se hacian los mariners, cuando navegaba en aquel barco en que pas6 los primeros afios de su mocedad. Los animals en el campo le ofrecieron despues exhibiciones de lo que era aquello. Las inquietudes de la came desperta- ban en 61, simplemente, una infantil curiosidad. Su alma estaba apacible siempre, adormecida por el influ-