estrellas en el cielo todavia, dispersas, de ripido titilar, siem- pre retrasadas y a quienes el sol tiene que echar a puros em- pellones. El mugir distant de las vacas, los primeros gruflidos de los cerdos, plenos siempre de alegre glotoneria. el piar de las avecillas que despiertan, y una series indescriptible de esos pequefios sonidos y leves gritos con que se anuncia la llegada de! sol, r~pida y triunfal. El fen6meno se inicia con una vaga claridad, opaca, lechosa, que da la impresi6n de algo pesado, glutinoso. Luego esa luz, que no parece venir del sol, desapa- rece con extraordinaria rapidez, y vuelven las tinieblas, por uno, dos minutes, hasta que por fin surge el disco solar, aba- jo, en la misma linea del horizon'e, con una potencialidad lu- minosa que ciega. Ya el dia estd hecho, con toda violencia y rapidez, majestuoso, avasallador. Se siente que Ia luz lo invade todo, hasta las particular de la tierra. Todo se anima con raras convulsiones. Las piedras, las hojas, los insects. Todo adquie- re repentina vida y movimiento, como si una inyecci6n violent prefiara de vitalidad los series y las cosas, capacitdndoles asi para hacerle frente a las implacables doce horas de sol cani- cular que se avecinan. Ya la madre estaba leva:ltada, y colado el caf6. Entonces se iba hacia el conuco, caminando media hora, a grandes zan- cadas, loma arriba. Al llegar, avivaba las brasas, cubiertas de tierra desde el dia anterior, y en .la marmita de barro sanco- chaba la yuca mientras en las ascuas se asaba el pescado sala- do y seco al sol. Trabajaba hasta el mediodia, con pequefios des- cansos para el desayuno y el almuerzo, que se hacia l6 mismo. Con la azada removia la tierra, acodaba los plitanos y arraiga- ba los plantones de la yuca y la batata. En su mano vigorosa, el machete arrancaba la mala yerba. Del rdstico chiquero sa- caba la vaca y el becerro, para que pastaran en Ia sabana co- munera, despues de ordefiarle dos botellas de leche flaca y azu- lina. Aqu6l era su patrimonio, la herencia paterna: una choza, un conuco, una vaca, parida siempre, y un bote, aquel cayuco, famoso en la region por su ligereza y solidez. De aquellas per- tenencias debia obtener el alimento cotidiano para 61 y su ma- dre, y los sobrantes que iba acumulando para vender los sa- bados en el mercado de Samand: yuca, plAtanos, pescado, lan- gostas vivas, que apresaba en los bajios, durante las noches de luna y que conservaba en los criadeross de maderos y juncos entrelazados. Con el product de aquellas ventas tenia que ad- quirir lo estrictamente necesario para sus necesidades: f6sfo- ros, gas, alguna ropa, un par de zapatos, que le duraban afios