Un dia la vida se escape del fatigado cuerpo del anciano, y all( qued6 el muchacho, solo, frente a la mirada interrogante de la madre, inttil por la edad, ante el susurrante mar, que nada le decia. Diecisdis afios tenia cuando el padre se fue para la Eternidad, dejtndolo solo, con la pesada carga de los re- cuerdos frente a un future preiado de incertidumbres. Entonees se dio cuenta de que habia que trabajar. Termi- naban para siempre las dulces aventuras por el mar, centre las islas y los cayos, con mariners alegres, mirando el horizon- te, echado en la proa de la goleta desvencijada y andariega, arrancAndole secrets at mar, recibiendo en su frente la lluvia y el granizo y el viento aciclonado, surcando arrecifes morta- les, que mordian como culebras venenosas la quilla podrida del velero. Comprendi6 que tenfa que trabajar para poder vi- vir, y se tir6 sobre la tierra, con furia sexual, como sobre una hembra, para acariciarla con sus manos poderosas, y en el orgasmo verde de las fructificaciones arrancarle el alimento radicoso, a canibio de fatiga y de sudor. Ya no podria holgar sobre las olas, en las tardes y en las noches alifiadas de espu. mas y de estrellas. Ahora tenia que golpear la tierra, diaria- mente, cads hora, para volver, bajo el sol del mediodfa, cargado de races, junto a la madre enferma que le esperaba silen- ciosa en la quietud de la choza solitaria. Asf pasaron los me- ses y los asios, callados y mondtonos, mientras su cuerpo su- bla, en un desarrollo jugoso de mtsculo y de virilidad. Ahora tenfa veinte aflos, era alto y fuerte, de espaldas po- derosas y cuadradas, y era imponente, en la negrura lustrosa de su piel, en el contrasentido de sus ojos azules y su pelo fino, en la altivez de su majestad silenciosa... Pasaba las ma- fanas trabajando en el conuco, mientras de sus labios so esca- paban canciones indecisas. Su diario despertar estaba siempre lleno de sorpresas agradables. Daba tres vueltas en la cama, abria los ojos, fuertemente, y al notar que ya los primeros cla- ros de la aurora se colaban por las rendijas, daba un salto, se ponfa en pie y en un instant se vestia. Comenzaban ya los ga- Ilos su cantata. Todavia legaban rafagas de ese airecillo em- balsamado que en la noche sopla desde las montafias, y que riza el mar con leves temblores continues, que se transmiten unos a otros, labrando sobre la superficie de! agua un encaje de paciente y minima obra. El sol se presentia, entire la cerra- da negrura de la noche. Y otra vet los gallos, trompeteando a los vientos sus alboradas, con mon6tono acento, conociendo cada uno de antemano, el turno en que debfa cantar. Algunas