RAMON MARRERO ARISTY los vasos y se ech6 el suyo rapidamente. La mujercita, callada, temerosa, se borr6 en el interior de la casa. A poco volvi6 con lo que se le habia pedido. El marido escribi6, le entreg6 el papel, y la vi marchar a prisa... El nifio segula gritando. -iQu6 disparate! -dijo mi amigo, con remordi- miento visible-, iDizque meters uno con estas pobres mujercitas que s6Io saben obedecer como bueyes o chillar corno pajaros! iQu6 disparate! Le mir6, y comprendi que el viaje era un suefio. El niiio grritba ahora mis. Mi amigo, malhumorado, fu6 hacia 61. -iCalla, carajo! -le rugi6. El inocente no entendi6. Sigui6 su llanto. El hom- bre titube6 durante un moment; luego se inclin6 y to- m6 la criatura en sus brazos. Ahora mecia al nifio di- ciendo: -No lores, chichi... no ilores, chichi... Su figure, encorvada, meciendo al hijo acunado en sus brazos, simbolizaba a un arbol doblado por el peso de sus frutos. Todavia mecia al nifio cuando Ileg6 la mujer. Entre- g6le al marido el ron, y tom6 el hijo. Cuando mi corn- paiiero me volvi6 la cara, se le emborronaban en el rostro la inconformidad, la alegria y la pena en forma indefinible... * Desde ese dia vivi borracho. En casa de mi amigo encontr6 otros hombres que no trabajarian hasta prin- cipios de zafra, y la zafra todavia distaba unos treinta