OVER Ileg6 la hora de acostarnos, me improvisaron dormi- torio en el cuartito que en las casitas de la compafia hace las veces de sala, cocina y comedor. La voz de mi amigo rezongaba desde el aposento: -No queda otro remedio que estar borracho, her- mano. iNo queda otro remedio! Casi Iloraba. * Despu6s vivi unos quince dias algo tranquilo. Pero ison tan poca cosa ocho o diez pesos! Y los mios --c6- mo evitarlo?- tocaron a su fin, como todo en la tierra; y volvi6 la desesperaci6n a mi vida. En la casa el ambiente era punzante. Mi cufiada queria romper las puertas, de tanto que las estrellaba, cuando me veia. El marido evitaba hallarme. Mi suegra, como siempre, se mostraba indiferente y soltaba suspi- ros. Hasta que al fin comprendi que alli alguien estaba de mis, molestando al resto, y que ese alguien era yo. A esa conclusion llegu6 una noche, despubs de acos- tado. Los dem6s, inclusive mi mujer, se desternillaban de risa en la galeria. Entr6 al cuarto. Mi mujer no vino, como en otros dias, a arreglarme la cama. Las risas, afuera, seguian. Se me retorcia el coraz6n. Hilvanaba en mi mente un discurso, en el cual vaciaria todo mi desen- gafio antes de partir. Me colocaria en medio de todos y les diria: -iEh, ustedes! Recuerden que en mi casa fui un caballero. Todo lo mio -casi nada-, pero todo lo mio, jera de ustedes! Siempre hallaron abierto mi coraz6n, y ahora, en pago, ime echan! iSi, porque no es otra cosa