RAMON MARRERO ARISTY --Qu6 te ha pasado? Yo respond: -Nada se. Fingi6 asombro y murmur entonces: -iEs raro! Quieres ver a! viejo? -A eso vine -le dijo-. Creo que me sobra algo y quiero liquidar mi cuenta. Me dijo lo que sin necesidad se le dice a otros tantos: -iHombre! No hay que perder la esperanza. Esro se puede arreglar. Debe ser un castigo. Espera... Ocupe una silla que me sefialaba. El gran rubio, desde su escritorio, fingia no oir, a pesar de que se ente- raba de todo. No levant la vista. Parecia enfrascado en la revision de unos papeles que estaban en su mesa. A los pocos minutes apareci6 un empleado con una nota para la oficina principal, del central. Se la llev6 at manager. El obeso individuo la ley6 y firm. Me le acerqu6. Me retozaba el deseo de escupirlo. A mi es paida, la voz del asistente me incitaba: -No pierdas la oportunidad. Preglintale por qu6 te dej6 sin trabajo. Quizas sea un castigo... Yo oia sin contestarle porque bien sabia que me empujaba nada mAs que para oir la respuesta del ma- nager y luego hacer a mi costa un chiste, como era su costumbre. Su voz seguia diciendo: -Preguntale, pregintale... Y fu6 tal su insistencia que sin darme cuenta le habl6 al grotesco personaje: -Mr. Robinson, cpor qu6 me dej6 sin empleo? No pude evitarlo. El americano levant6 la cabeza. Sus ojos azules me miraron con inquietud. Demostrando extraiieza me dijo: