RAMON MARRERO ARISTY Me fui con los oficinistas al pueblo. Mi mujer qued6 en el batey. A las tres horas me hallaba de regreso en un cami6n. El gentio cerc6 el vehiculo y la casa, mien- tras cargibamos los escasos muebles. Me entristecian las demostraciones de afecto de las gentes, que ahora since- ramente sentian mi partida. Viejo Dionisio y Cleto ya habian regresado. El ma- yordomo casi no hablaba. De rato en rato, s6lo decia: -iMiren que vaina! iTrabajar con eto maldito e una degracia. iMiren que vaina! El policia, malhumorado, como grufiendo, murmura- ba entire dientes: -iQu6 jodienda! iMaidita sea! Y escupia a diestra y siniestra. Despubs... yo creo que estuve algo idiota, porque no podia definir mi verdadero estado, a pesar de que a mi lado mi mujer sollozaba. La vista del pueblo, medio kil6metro antes de legar, fue to que me volvi6 a la consciencia, y una voz de angustia en mi interior no cesaba de hablar. Murmura- ba en mi adentro una especie de lamentaci6n muy amar- ga. Yo la oia:-" [Mi pueblo! iMl pueblo Sali de ti una maiiana con el est6mago vacio; me habias rechazado esa vez, pero todavia mi alma estaba sana. Ahora vuelvo cansado. En unos meses me he vuelto viejo. Me ahoga una gris desconfianza en los hombres. iCreo que traigo el alma rota! "iMi pueblo! Te veo dormitar y me atemoriza tu suefio al pie de aquellas chimeneas. Caerin sobre ti, con gran estrdpito, y no te quedari nada sano. iNadal Ni siquiera el instinto de vivir. "Me apena ver que ye no pareces un pedazo de mi