RAMON MARRERO ARISTY a sus oldos ni a sus ojos, Sin darle tiempo a responder, segui roncando a gritos: -iMe va a oir usted! jApague el motor! Obedeci6 temblando. Segui -lUsted me trata como a un perro, alemnn! 1Me quiere ahorcar! iPero usted me va a oir! iTiene que oirme! iOigame! Ya 61 no era rojo. Livido y mudo, temblaba. Yo no podia decir otra cosa: -iOigame, carajo! iOigame, alemain ISoy un hom- brel Me ahogaba. El no pudo mis. El motor arranc6 y el carro di6 un salto. Lo vi perderse en un carril a toda velocidad. Cuando volvi a la tienda, estaba como idiot. Mi mujer me miraba sin comprender. Sinti6 temor de acer- carseme. Permaneci largo rato sentado en una caja y luego le orden6: -Arregla nuestras cosas. Me oy6 asombrada, pero obedeci6. Abri una botella de ron y comenc6 a beber. Casi no oia a Cleto, que ha- biendo presenciado el suceso, me decia: -iYo sabia que ut6 era macho, vale! iAsi se le habla a ese carajo! iEso mieida! * Se fu6 mi ultima noche de finca. Amaneci6. A las ocho de la mafiana legaron los oficinistas con otro bo- deguero. En sus rostros se notaba cierta pena, porque de cuantos hay en este departamento por encima de los encargados de tiendas, creo que son los 6nicos humans.