RAMON MARRERO ARISTY ficit, aunque sea de dos centavos. Pienso en la deshon- ra y en sequel bodeguero ahorcado. En suefios oigo la voz de iMfr EBumer: "Diez putellas de ron... seis sacos de arroz... Diez..." Mi mujer me hostiga. De noche me voy a la tienda y !::j me quedo a dormir, pero con ello nada remedio. Desde una ventana de rejas que hay entire el aposento y el dep6sito, ella, en ropa de noche, como una loca, despeineda chinl. Si para poner fin a la escena abro la puerta, entonces comienza otra peor. Entra y va ha- cia mi. Comienza a recriminarme, barbotando necedades sin fin: -iNo me haces caso! iNo lo soporto! iTe las echas de preocupado, pero poco me import! iNo lo aguanto! La oigo en silencio, aunque creo que voy a enlo- quecer. Cierro los ojos, pienso en el inventario, trato de dormir, iy creo que duermo! Ella, en el paroxismo de ru histeria, me sacude y grita una y otra vez: -iNo te duermast! No te duermas! Miseria. Me revisto de paciencia. Ensayo ahora por un camino de suavidad. --Qu6 pretendes? -le pregunto-. Piensa que a las cinco y media debo estar en pie. Hace much que no me