RAMON MARRERO ARISTY se hunden en la finca; es la voz que nunca sera oida. Yo los oigo y pienso que jams podr6 permanecer indiferen- te ante tantas violencias, aunque me lo proponga. ibas- tante ya lo he querido! Porque siempre hay algo nuevo. Xhora es el hospital. El hospital. Pienso que todos contribuimos para su sostenimiento, que pagamos una gruesa suma para que todo esto ocurra. Contratistas, colonos, ajusteros, em- pleados, peones, todos damos dinero para que unos me- dicos vivan como seiioritos, sin estudiar, de fiesta en fiesta --aristocracia del pueblo!-, conquistando muje- res ociosas, aprendiendo cirugia sin maestros y sin textos, en los cuerpos de los negros. Pagamos ese hospital -mejor dicho, se nos descuenta una suma sin tomar- senos parecer-, y tambi6n pagamos los dispensaries o botiquines de los camps. La inteligencia de los blancos hace figurar todo eso como establecimientos ben6ficos para tender a los que trabajan en la finca, pero ya sa- bemos lo que son, En cada division hay un dispensario: alli hay quinina en inyecciones y en cApsulas, algunas medicines par el catarro, purgantes de sal, y algo mis. Cada establecimiento se encuentra bajo la direcei6n de un senior ignorant. sin noci6n del oficio, y a quien lla- man practicante. La misi6n principal de este individuo -fuera de tener bien sus asuntos, ihacer su politics, para conservar el cargo-- consist en pasearse a caballo alguna vez por los carries, con aires de personaje, sin tender a los pedidos de los peones. -"eQuinino? -proeunta cuando se le solicita-. jVaya al botiquin!". Y a veces el dispensario estA a cuatro, cinco y ocho ki!6meros que son infranqueables para un pe6n deshecho por el trabajo y la fieb'e.