OVER por los campos del Oeste, busca al mayordomo, echa un parrafo con 61 cordialmente, y hasta se olvida de preguntarle por los trabajos. Aunque sea temprano le dice: "Vamos a la bodega un ratito". El mayordomo, encogido, a veces se niega, para demostrarle al jefe que ni ain invitado por 61 es capaz de abandonar su trabajo en horas laborales; pero Mr. Norton, como si adivinara sus pensamientos, le dice: "Vamos hombre. Yo no creo que sea necesario derretirse sobre un caballo, soportando estos solazos, para tender a una cafia que despu6s de todo crece sola'". Con frecuencia Ic veo IlegIar acompaiiado por don Marcial y viejo Dionisio. El puertorriquefio en un viejo caball6n leno de sarna, que siempre va durmiendo. Viejo Dionisio en su paciente mula. Mr. Norton en un precioso caballo de raza, de gran alzada, de pekl reluciente, que a duras penas se acomoda al tardo paso de aquellos ve. teranos y desvencijados animals que ya pueden camt- nar a ciegas todos los carries. Llegan a la bodega. El americano pide cigarrillos y explica: "Deme usted 'Cremas", que no puedo fumar esa porqueria de tabaco americano ligado'. Y siempre me ofrece un pitillo. -No fumo, Mr. Norton -le digo siempre-. Mu- chas gracias. Pero ello no quita que l6 me ofrezca de fumar cada vez que llega a la bodega. iHombre amable! No pierdo una palabra de sus diA[ogos con la gente. El otro dia ech6 un largo parrafo con un colono de esla division. El hombre es duefio nominalmente de su colonial vecina. Se hall en las mis- mas condiciones de ot-os tantos Ilamados tambi6n colo- nos. Esto es: posee unas tierras sembradas de cafia que