RAMON MARRERO ARISTY yo! Torpemeate trat6 de consolar al marido de mi cu- iiada. Le ofreci mi ayuda y le asegurr mil veces que de no hallarme en aquellas circunstancias -que 61 conocia perfectamente-, hubiera abandonado el empleo ante aquel atropello. El no hacia mas que lamentarse: Te he perjudicado. dPor qu6 no pens6 en esto? 1Y todo por mi mujer! iQuiera Dios que no pierdas tu empleo! Su mujer, delgadita, apagada como una estampa sugerente, borrosa, se acurrucaba en un rinc6n, apretando los dientes, casi sollozando. Ya protestaba: No te preocupes. Todo se arreglard. No hay que precipitarse. Al dia siguiente l6 se fu6. Yo le exigi: -iDeja aqui a tu mujeri No queria, pero yo insist: -iD6jala! Primero permitir6 que me echen antes que negarle alojamiento. Ella qued6, de acuerdo con mi deseo, acompafiada de una hermanita a quien hicimos venir ese mismo die. Cuando volvi6 el alemin, haci6ndose el inocente, se lo dije todo y ain mis. -No se le puede pedir a series humans, porque sean empleados de un central, que echen a sus herma- nos de casn-, le dije indignado. El teut6n, menos rojo que de costumbre, se excus6: -Yo no sabe, Compres. Esas son cosas del manager. Usted sabe que yo tamb'bn soy un empleado. Si por mi fuera.. . Se ve que este hombre es cobarde. Esa tarde aban- don6 sus modales bruscos, y no creo que fuera por dolor de conciencia, sino porque me vi6 transformado. Yo ha-