RAMON MARRERO ARISTY aquel dinero, pero fu6 echado afuera al instant. March6 al pueblo y fu6 a la oficina del manager. Le dijo que 61 no habia robado, que todo aquello debia ser causa de algin error cometido seguramente en el in- ventario anterior, torado por oficinistas inexpertos al finalizar el aiio fiscal de la compafiia. El gran rubio, sin levantar la vista, desde su amplio sill6n le respondi6: -iMi no sabe! -gQu6 usted no sabe? -pregunt6 indignado el que habia sido despedido-. Recuerde que le he dado a la compafiia cerca de setecientos d6lares de over, joigalo bien!, de over. ENo sabe usted de eso tampoco? Si hoy faltan ochenta pesos, siquiera deberian permitirme que los pagara de mi sueldo, en vez de dejarme sin trabajo. -iAh! iUsted hablando much! 1Mi diga que no sabe! El blanco no habia levantado la cabeza, pero al de- cir esto hizo girar su sill6n y le di6 la espalda al ex-bo- deguero. El hombre se fu6 humillado, Ileno de amargura. EI mayordomo de su batey, cuando lo vi6 regresar del pueblo, le prest6 una carreta para que sacara sus mue- bles de la bodega, y como no tenia a donde ir, de mo- mento, ha venido a mi casa. Nunca tuvimos estrecha amistad. El era de los ami- gos del asistente y eso siempre me hizo tratarlo con re- servas. Sin embargo, como me resisto a juzgarlo mal del todo, no me molesta que 61 y su mujer se hallen en mi casa. y m6s sabiendo que han salido de la bodega sin un centavo. iEran tantas las visits del asistente y sus secuaces! Hablando de aquello me decia lleno de ira: -iY yo que los crei mis amigos! IY tantos cientos