RAMON MARRERO ARISTY -iHombre! ZQu6 van a hacer?... -dijo el ingle- sito-. Lo de siempre. Los dejan en la casa que ocupan durante un mes, y despu6s, "con gran sentimiento", los echan... -No hablemos mis de eso -propuso Eduardo---. ZTu recuerdas, Daniel, aquella noche cuando fuimos a la fiesta? Ya no vamos a fiestas. Bueno, tu estis resen- tido, pero... ibueno! Hay que hacer algo un dia de estos. -Inventen algo --dije. -Bueno, el domingo... --comenz6 Valerio. -El domingo. iEso es! -dijo el inglesito. -iEI domingo! iDe primer! HablAbamos en el mismo tono que empleabamos cuando estibamos solos en aquellos dias en que mi bo- dega era una especie de club. Ya Valerio chillaba, Eduardo disertaba en voz alta, y hasta el inglesito solta- ba sus exclamaciones de entusiasmo, con todo y ser el de mas calma. Yo habia olvidado por complete a mi mujer. jHacia tanto que no gozaba de un moment como esel Ahora comprendia por que mis compafieros --casados y hasta con hijos-- no podian permanecer los domingos en sus casas. La tertulia termin6 pasada la media noche. Bebidos hasta perder el equilibrio, mis compafieros salieron a desatar sus monturas para marcharse. Yo fui con ellos Los despedi celebrando chistes, riendo con toda el alma. Y luego, perdidas sus figures en la noche, apagado el tropel de sus caballos, cerr6 la puerta de la bodega y entr6 a la casa. La vieja Merc6 se habia marchado desde temprano, y como supuse que mi mujer dormia, me fui de pun-