RAMON MARRERO ARISTY compieto, nuevamente fueron apareciendo. El primero en llegar un domingo fu6 Valerio; luego vino Eduardo; mis tarde, el inglesito. Simulaban que iban de largo, que habian llegado nada mAs que a saludarme... Pero yo sabia que no era a eso, sino que el vacio que se hizo en todos al des- aparecer aquellas tertulias de mis dias de soltero, les hacia vagar sin rumbo. Las primeras visits fueron cortas, formales. Nos limitabamos a tomar algunos tragos y a hablar cosas superficiales, delante de mi mujer. Luego se han prolon- gado. Los recibo en la casa, pero generalmente pasamos a la bodega en busca de una botella, y como alli se sienten c6modos, porque no necesitan guardar compos- tura, nos quedamos como antes, sentados en el mostra- dor, en cajas y en sacos. Una tarde se quedaron a cenar. Hubo un moment en que se necesit6 un vaso porque se habia roto el de Valerio, y fui por 6Cb Mi mujer se hallaba en la cocina con la vieja Merc6. Oi la voz de la cocinera que decia: -Hay que tener paciencia, hija. Asi son lo s'ombre. el 6 muy bueno, pero tu tiene que acotumbrarte, hija. Yo entr6. Hice como quien no ha oido; pero al ver a mi mujer con los ojos amoratados, triste, le pregunt6: --Qu6 te pasa? eAcaso enferma... eAtormen- tada? Me dijo que no, pero estaba disgustada. Despu6s de la cena seguimos bebiendo. Estibamos borrachos, pero ordenados. ComentAbamos los (ltimos sucesos de la finca. Decia Valerio: -En mi batey ayer hubo la debacle. Los picado- res no querian cortar una pieza de caf5a arruinada que ademas tiene muchas piedras. Se reunieron alrededor