RAMON MARRERO ARISTY Tambi6n los amigos, con el humilde regalo, trajeron sus frases: -Pa reposar, e 1'ombre necesita mujer -dijo viejo Dionisio. -Dichoso ei que jalle mejei pa amarraise. A mi ninguna me guta do dia-, coment6 Cleto, escupiendo. -Ya no podrAs decir: "si aqui me come, aqui me rasco"... -rezong6 Valerio, medio borracho. -Vas a echar raices-, sentenci6 el inglesito. Eduardo fu6 el anico que no omiti6 opinion. Me hi- zo esta pregunta: --Sabes lo que haces? Y creo que al oirlo, el coraz6n me di6 un vuelco... * Ahora, despu6s de una semana, casi no recuerdo ccmo fu6 ese sabado de mi matrimonio. Me concedie- ron permiso para que cerrase la tienda a las cinco de la tarde, ya que se trataba de que me iba a casar, y me fui al pueblo en un autom6vil negro que devor6 los carries y su postre de carretera polvorienta. League al fin a la casa de una tia de mi novia, don- de me esperaban. Mi amor vestia de un color que seg6n las mujeres simboliza esperanza. El padre era un ester- tor de alegria. La madre, con el cefio adusto, los ojos ligeramente velados, brindaba sonrisas fabricadas en las comisurrs de sus labios con bastante perfecci6n. Se aglomer&ba un gentio compuesto por vecinos que comian dulces y bebian cerveza. Las muchachas casaderas del barrio me miraban con ternura. Lleg6 un senior, todo vestido de negro, con un gran libro debajo del brazo y