OVER la sangre. AlJA adentro me grita el coraz6n: "ePor que no la traes esta noche?". Y todavia a los muchos ratios, un eco que se me ha ido cuerpo adentro, dice: "ePor qu6 no la traes?' Asi sucedia. Lo recuerdo. Vi pasar las semanas, hasta que lleg6 el dia anterior al de mi boda. En el pecho se me crecia la esperanza. La casita de la bodega presentaba un aspect tan dife- rente, como si la dicha se hubiera mudado a mi lado. Es pequefia la vivienda; de techo tan bajo, que en los aleros, sin alargar much el brazo, puedo tocarlo; pero las paredes blanqueadas de cal, la fingian alta. El piso lucia blanco, limpio, lavado por la vieja Merc6. Brillaba en el aposento una cama de caoba lustrada. En ia salita-comedor, habia sillas y mecedoras de guano, nuevas y sin pintar. En un rinc6n se veian anafes, cal- deros. Sobre una tablita estaban unos plates, vasos y jarros. Una tinaja, en otra parte, sudaba. Los rayos del sol entraban danzando por una ven- tana. La mesa donde comeriamos, lucia unas flores que se refrescaban en el agua de un frasco que fu6 de acei- tunas y que ahora hacia de florero. En el aposento, un espejo reia, porque al dia siguiente la reflejaria a ella. No se hablaba de otra cosa en el batey. Los peones, con sus 6rdenes, se gastaban conmigo sus guasas, -Mafiana etrena... -iCon que ut6 se guinda, bodeguero! Y no faltaba un buen viejo que dijera: -La virren Io jaga bien empliao.