Desde que tuve novia, las tertulias escasearon en mi bodega, porque los domingos eran para ella. Cerra- ba la tienda, montaba en el caballo que desde las once esperaba ensillado a la puerta, y volaba por los carr*les hacia el campito donde vivia mi amor. Cuando me acer- caba at caserio, lo primero que veia era su figurita gra- ciosa que corria a alcanzarme. Detrbs de ella saltaban los chiquillos. Yo echaba el pie a tierra y le abandonaba el caballo a los nifios. Entonces ella y yo nos ibamos del brazo, alborozados, mirindonos a los ojos, riendo como tontos. Comiamos juntos. Ella revoloteaba a mi lado como un pajarillo. -iFui a buscar este tomate hasta el bohlo del viejo Cirilo! -me explicaba en tono triunfal-. ZVes las lechu- gas? jLas sembr6 yo! Papa fu6 al pueblo hara unos dos meses y le dije: "Papito lindo: me traes semillas de le- chuga que te voy a dar una sorpresa, ilas voy a sem- brar! Te las pondr6 en la mesa". Le dije. Y l1 orondo, lo crey6. Ahora en secret: eran para ti. Yo estaba algo idiot de satisfacci6n. Mi ancho cuerpo cubria le cabecera de la pequefia mesa. Otra vez su voz sonaba: -Papa, deja esa bodega. Ven a comer. Mama, deja la cocina. Ven. Respondia el padre: -Pero hijita. ahora es la mejor venta. Coman uste-