RAMON MARRERO ARISTY del siniestro. Mi vista no se apart de las montafias de humo que se elevaban al cielo. Cuando todo termin6, los autom6viles de los blancos volvieron por el mismo camino. Los mayordomos, los capataces y los contratistas, vinieron a la bodega a to- marse algunas botellas, "para no coger pasmo", y los peones, tiznados, chamuscados, sin aliento, volvieron al corte a levantar sus carretadas de cafia o a cortar otras nuevas. MAs tarde, hacienda sus compras, comentaban los sucesos. Decia un criollo llamado Montero, en tono de lamentaci6n: -Yo soy e l'ombre de mf mala suerte. Acababa de comerme mi trozo, y dende que largu6 unoj mochazo en el maldito fuego, me dentr6 v6mito y tuve que arrojarlo t6... --A mi sacin casi ajogao, compail Dijo alguien: -iOjalai te hubia muerto! Y como se oyera entire el grupo una risotada, hubo quien grufiera inconforme: -iCarajo, no se rian! Que cada ve que veo agol- piando a lo s'ombre y pienso que uno tiene que apagar eta maldita cafia de balde, ime jierve la sangre! En ese moment pasaban Cleto y su compafiero con dos hombres atados por los brazos. Eran presuntos auto- res del fuego. Engendraba esa sospecha el hecho de ha- berIes encontrado cachimbos y f6sforos en los bolsillos, cuando ellos mismos luchaban contra las llamas. Alguien murmur con ira, entire dientes: -j Abusadorel Pero los del cortejo, que no oyeron, siguieron -a