OVER lanzados sobre las llamas, armados de sus mochas de trabajo, para que las detengan trozando la cania. El calor es terrible, imucho mis terrible de lo que se pueda ima- ginar!, y las llamas tienden sus lenguas hasta los hom- bres, quemAndoles los vellos y el pellejo. Los peones retroceden cuando una rAfaga de viento les arroja el furioso element encima. Aterrorizados, ardidos, locos, algunos huyen. Mayordomos, capataces, contratistas y policies, van sobre ellos rugiendo: "iPa la candela, pen- dejos! iPa la candela!" Y sus recios machetes caen de piano o de lomo sobre las espaldas de los fugitives o de los simplemente acobardados. Entonces, todos se lanzan nuevamente, desesperados, sobre el fuego, por miedo a simples hombres armados. Cae uno, cae otro. Son los asfixiados. Se les arras- tra un poco y alli se les deja. Quizas haya un practicantt --quizis!- que haga algo por ellos. La lucha sigue. Aquel mayordomo lleva su cuadrilla abriendo una tro- cha. Ya casi la terminal al fin de una o mis horas de batallar sin tregua, pero salta una chispa al otro lado y prosigue el fuego con nuevos impetus. Gritos. Los hombres estAn bafiados en sudor, extenuados, sobregi- radas a tal extreme sus energies, que ya no se explica c6mo lanzan nuevos golpes. El que detenga el brazo un moment no podrA levantarlo mis. Sigue el fuego, sigue el humo. iEl fuego! jEl humo! iGolpes! Los blancos dan 6rdenes y los hombres combaten contra las llamas hasta que logran vencerlas. Por mas de una hora me ensordeci6 el tiroteo de la caila que ardia. Las mujeres y los chiquillos del batey, bajo la fragua del sol, comentaban el hecho, hacienda pantallas con las manos para poder mirar hacia el lugar