RAMON MARRERO ARISTY tentaron esconderse, Ilenos de pinico. Vi al haitiano Jean Botis correr hacia la pieza de cafia con un plato de co- mida en las manos, tragando mientras corria. Otros que estaban cocinando, cogieron sus calderos y huyeron con ellos. Algunos que hacian compras en la bodega, se lan- zaron del balc6n y se escondieron debajo del piso. Otros corrian sin direcci6n. En eso aparecieron Cleto y otro policia del central, galopando como centauros, machete en mano, vociferando amenazantes: -iPa la candela, bando j'edegraciao! iPa la can- dela! Y como algunos pretendieran seguir huyendo, el ci- baefio, revolver en mano, les amenazaba: -iParense, jijo j'eputa! IParense ante que le rom- pa ei pecuezo! Algunos de los que estaban de compras, no tuvieron tiempo de guardar sus provisions, y un viejo que salia en esos mementos del patio fu6 atropellado por el otro policia, y sus paquetes rodaron por tierra, deshechos. Otros que se hallaban en sus viviendas, dejaron el plato de comida por mitad, encarmentados, sin tratar de huir: y todos, formando una manada, fueron echados por de- lante de los caballos, a trote de bestias. Los mayordomos de otros departamentos pasaban a galope, con las camisas hinchadas de viento y las alas de los sombreros plegadas sobre sus copas, gritando: -iAl fuegol AAl fuego! Los blancos Ilegaban unos tras otros en veloces y c6modos autom6viles. Iban como generals a dirigir sus ej6rcitos. Yo he visto un fuego. La caria arde como paja, des- pidiendo un humo negro, asfixiante. El viento empuja la candela, fustigindola. Los escuadrones de peones son