RAMON MARRERO ARISTY defict, y mientras le tomaban el inventario, se ahorc6 en el cuarto-dep6sito de la bodega. El manager ha impartido 6rdenes estrictas prohi- biendo que se comente el caso. El empleado a quien se sorprenda refiriendo el asunto sera despedido. Los bo- degueris se hallan profundamente conmovidos. Todos dicen que el alemin lo mat6. Hubo uno, que tan pronto como supo la noticia, se di6 a beber desesperadamente. Pas6 la noche cantando, como loco, rasgueando una guitarra cuyas cuerdas se rompian unas tras otra, sin que el mdisico pusiera reparo en ello. Durante ese tiempo, su querida -una de esas mujeres del arroyo que habia llevado a vivir con 1--, le rog6 varias veces que dejara aquel-lo y durmiera un pcco. El hombre, que no le contestaba, en una de esas ocasiones salt sobre ella gritando: "iMaldita! iMaldi- ta!', y le desgarr6 las escasas ropas que tenia puestas, borracho de ron y de ira, y le di6 puntapi6s, mojicones, y rebencazos, con una cuerda de pita doblada en various cantos. La hembra, magullada y ronca, en vano implo- raba, gritando. El seguia, y qui6n sabe si le hubiera dado muerte, de no haber legado varias personas al ama- necer. A las ocho de esta mariana, ante el asombro de to- do el batey, el bodeguero dej6 la tienda abierta, fu6 al tel6fono y llam6 a la oficina del manager. --Vengan a coger su maldita bodega! -grit6. De alli le preguntaron, asombrados: -dQu le ocurre? eNo puede esperar durante el dia de hoy? --Vengan! iVengan! -rugi6 el hombre--. Si no llegan pronto, la dejo abierta y la robaran los peonesl Y como por el tono de su voz se adivinaba su esta-