Ayer se ahorc6 un bodeguero. Era un hombrecito flaco, blanco en canas sin ser completamente viejo. En el rostro se le retrataba el alma, facil a naufragar en todas las tormentas. Lo conoci una tarde, en su bodega. Me lo present Valerio. Aquel hombre tenia esposa y various hijos a quienes amaba quizas excesivamente. Vivia solo en la finca, por- que seg6n me dijo, no queria traer los suyos a estos ba- teyes "a que se le volvieran arados". Ganaba ocho pesos semanales. Era detestado del manager porque despu6s de este haberle negado trabajo, el hombre fu6 a la oficina del administrator de la com- pafiia y alli obtuvo una tarjeta que puso a nuestro jefe en la obligaci6n de emplearlo. Como en la oficina del manager se sabia que pagaba alquileres de casa en el pueblo, que sostenia a su fami- lia, y que, ademAs, hacia sus gastos aqui, vivian sobre 61, sin darle tregua un moment. El alemin se convirti6 en su verdugo mas implaca- ble. Cuando llegaba a su tienda, como una red le ten- dia mil preguntas, buscando la form de atraparlo en alguna frase comprometedora. Los inventarios se le su- cedian con inusitada frecuencia, sin dar tiempo a que se cumpliera un mes. Tanto lo asediaron y tanto tom6 a pr6stamo para cubrir las sumas que retiraba de la tien- da -porque no hay que decir que con el sueldo no po- dia vivir-, que al fin no hall con qu6 cubrir el iltimo