Y uno se queda mirindola, se queda mirandola, hasta que se duerme, o hasta el amanecer... * La ilusi6n naci6 en una casita muy pobre, con piso de tierra, que se anida frente a los cafiaverales inmensos, por el lado sur de la finca, en un caserio rural que se le- vanta alli. Es un lugar miserable, done las tierras parti- culares se dividen de la compaiia por una simple alam- brada. Un lugar donde las vacas, cuando hay sequia, se mueren de sed a diez pass del abrevadero de la finca, porque la corta distancia es infranqueable. Esa tarde me acompafiaban Eduardo y Valerio, hablando a gritos por los carries, al galope de nuestros caballos. BuscAbamos una bachata, un voudou o un veloric. Daba lo mismo. Con un acorde6n, un coro de voces sal- vajes o de voces que elevaran un rezo por el alma de cualquier difunto, nos hubi6ramos divertido igual. Iba- mos de batey en batey, cuando al Ilegar a aquel caserio nos atrajo una bodeguita particular con la sonrisa de su aparador. El dia estaba radiant, pero una nubecilla vagabun- da que erraba por el cielo de la tarde, comenz6 a des- prenderse en llovizna, a la luz del sol. El duefio de aque- Ila bodeguita, un mulato avejentado, comunicativo y de alma sana, nos saludo con amabilidad y nos invit6 a entrar. Casi sin mediar preAmbulos, el hombre comenz6 a hablar, primero de su negcio: despu6s, de la estrechez de su vida en aquel sitio. La compailia no queria que 6eI viviera alli. Aquella bo- deguita, cuyas existencias no pasaban de cien d6lares, OVER 113