RAMON MARRERO ARISTY niiio, que trabaja de gaiian en los arados. Ese infeliz tie- ne a su cargo una hermana con sus dos hijos. Desde las cuatro de la madrugada esta pegado al arado con el es- t6mago vacio. De lejos he visto su silueta atada al hierro, como un trapo que flotase a ras de tierra, a merced del rudo implement que los bueyes arrastran vigorosamente. Cuando vino ese dia a la bodega, cubierto de polvo hasta las pestafias. roto y descuajado, s6lo tuvo tiempo para decir: -iPan, bodeguero, pan! Y cay6 de rodillas primero, dando luego con la cara en tierra. Una tos asesina le rompia el pecho. Escupia una saliva terrosa y sanguinolenta, mientras sus ojos apagados me miraban implorantes y su mano huesuda, encallecida y sucia, arrugaba la orden que poco antes le diera el mayordomo. Como otros tantos, habia corrido el Marat6n del hambre, para caer reventado en la meta. iY cu6ntos mis andan por ahi sufriendo lo mismo, lejos de la bodega! Los hay que tiritan de frio durante todos los dias de su vida; que van perdiendo el. color y orinan la sangre, press de la hematuria; que vomitan sus pulmones en los carries. Caminan Ilenos de Ilagas sifiliticas, arrastrando su humanidad envuelta en venda- jes asquerosos o sin ellos; y, verdaderos cascarones de hombres, se vacian en sangre por el ano, press de la disenteria. Y para subsisir, todos sorben cafia y comen trocitos de bacalao con batatas, o pequefias cantidades de harina de maiz con az6car, o arenques, mientras lega la muerte. Y cuando el alma vuela, reciben el caj6n negro