RAMON MARRERO ARISTY un ambiente donde no tuviera que estar constantemente engafiado, en actitud de acechanza, como se esta siem- pre aqui. Y como yo duera, horrorizado, casi con panico, que dentro de unos meses me iria muy lejos, para no pensar mis en la finca ni en sus cosas, me ha dicho con de.s aliento: -Asi vienen todos, por un afio, por una zafra; pero se quedan hasta que los botan o se mueren. Usted no se irA por iniciativa propia. No sueiie con eso. Mejor es que se vaya acostumbrando. Aprenda a callar sus cosas, porque aqui es peligroso habler con cualquiera; no piense en su destine; sea buen empleado... idejese Ilevar! Ya Ilegara el dia de partir, Icuando no sirva para nadal Dicho esto, se levant de su asiento, se ech6 un gran trago, y como quien se deshace debajo de un gran peso, musit6 con voz torpe: -A mi pronto me darn un pasaje, porque ya me queda poca vista. Me enviaran a casa, por consideraci6n a morirme de hambre, ";a descansarj" -como dicen ellos-, y sup6ngase que serh de mi entonces... Ya no s6 done esta lo que me rest de familiar. Al principio nos escriblamos, formabamos planes sobre un viaje que haria a mi tierra, para ensefiarles mis hijos. Aun nos te- niamos afecto. Pero el tiempo fuW pasando; murieron mis viejos. y el viaje nunca se realize. Como todos los afios mi sueldo era menor y los hijos eran mis, no pude seguir enviindoles ayuda a unas tias viejas que me que- daban, y la correspondencia se fue hacienda escasa, hasta que a] fin dejamos de escribirnos. iVeinte afios es mu- cho tiempo! Ya tenia un pie en el estribo. No me volvia la cara y yo adivinaba el motivo.