OVER En su cara reluce el guarapo de cafia que le sec6 la brisa, y sus labios resecos y gruesos, tiemblan al con- tacto de su lengua, que saborea por anticipado el trozo de queso blanco que ven sus ojos en el aparador. Es cerca de medio dia. Le despacho, y tras l6 viene otro, y otro, y otro mis.. hasta formarse un grupo que no me dejarA reposar por buen rato. Ya llega del corte la falange que se fu6 esta mariana a comenzar la zafra. Viejo Dionisio esta ahora pegado a una ventana de la bodega. Alli, del lado adentro, en el extreme del mostrador, le he puesto una botella de ron y una taza de las que se usan para tomar chocolate. En ella le sirvo, y cuando se la Ileva los 1abios, simula que bebe el espeso liquid, pero todos saben que traga su ron y el inico que se engafia es 61. Cuando realize esta ope- raci6n sigue expidiendo vales y mas vales, interrum- pi6ndose solamente para repetir la maniobra. iQu6 algazara terrible! Pero hoy no me enloquece, porque pongo todos mis sentidos en el trabajo, para sacar el mayor beneficio. Oigo pedidos en tres idiomas, sumo partidas de niimeros que voy anotando al respakdo de los vales; robo onzas con rapidez asombrosa; aplaco protests, principalmente de cocolos que conocen eI peso; envio requiebros a las pobres mujeres, elogio a los haitianos que sonrien halagados, y a todos les Ilevo el cinco, el ocho y el diez por ciento, mas algunos cen- tavos que les enredo en las cuentas, iQu4 v6rtigol Por aquella ventana aparece la cabeza de Nice, des- grefiada, enarbolando una botella y gritando con voz destemplada: -iBodeguero, depicheme un aceite, que Cleto tA al ilegarl --Pcr Dios, Nicn! -le dijo-. iQu6 hora! IVenga