Diciembre corre con sus brisas frias. Los cafiave- rales florecidos de espigas, inmensos como un mar, se- ran abatidos desde mariana por la tromba humana que oeg6 de Haiti y de las islas inglesas. Cocolos y haitianos vinieron este afio, como siem- pre, encerrados en las hediondas bodegas de vapores de carga, de lentas goletas, o en camiones, apretujados co- mo mercancias. Por tierra o por mar, cuando llegan a los muelles de la compafiia o a la estaci6n terrestre, estin a tal ex- tremo deshechos que apenas se enteran de cuanto les esta ocurriendo. Algunos que han hecho el viaje, me to han descrito con todos sus detalles. En el vientre de un buque de carga, meten general- mente una cantidad de hombres dos o tres veces mayor que Ia prudent. Alli los negros pasan dias y noches, los unos encima de los otros, alimentindose con pan y sar- dinas de latas que les son suministrados por los que el central envia a reclutar hombres a Haiti y a las islas in- glesas. Gentes no acostumbradas a navegar, vomitan con frecuencia encima de sus compafieros. Esto les re- vuelve los est6magos a los demAs y entonces el v6mito se llega a generalizar, hasta quedar la bodega en condi- clones tales, que no se encuentra lugar donde poner un pie. A esta miseria se afiade que muchos, debido a su estado de postraci6n y al mareo, y por falta de como- didades -ya que no pueden salir de su circel-, reali-