RAMON MARRERO ARISTY dablemente alli hay fiesta. Afuera la voz de Cleto re- zonga: -iQu' mujei ma bruta, carajo! Y nadie responded. Me imagine a la pobre Nica, arrinconada, mirando con desaliento a su marido. Mi c-pmpfinero, ya en pie, aflojandose el cintur6n, frente a los restos de nuestra comida, insinua: -Vamos a esa bachata. Le digo que no tengo caballo, pero 61 insisted: -Es a menos de un kil6metro. Nos vamos en el mio. La idea no me interest gran cosa, pero la prefiero a quedarme entire las cuatro paredes de esta bodega. To- mo dos botellas, le alargo una a mi compainero y sepulto la otra en uno de mis bolsillos. Clerro la puerta de sa- lida cuidadosamente y ya fuera, desde el anca del ca- ballo, le voceo al policia: -iCompai Cleto! iCuideme la bodega un moment, que voy al batey vecino! El responded, fanfarr6n como siempre: -iTa bien, vale! iNo se apure, que tando yo aqui cuaiquiera no se arriega a que le rompa una patal Salimos del patio. Una gran luna asoma su faz por el brocal del horizonte. Las ranas saltan asustadas, hu- yendo de nosotros. Se oye mis claro el sonido de la tambora, y pasan volando las notas Horonas de un acor- de6n. El caballo resopla. * La fiesta arma su algazara en la enramada de ca- rretas. Los pesados vehiculos se amontonan aIli, bajo