Domingo. Se aglomera frente al mostrador una col- mena de trabajadores hambrientos. Como hoy la tienda se cerrara a las doce del dia, para no abrirse hasta el lunes, los que tienen vales o algunos centavos se apre- suran a comprar lo indispensable, porque ya han proba- do mis de una vez lo que son esos dias de bodega ce- rrada, en un batey cercado de cafias que no se pueden tocar en "tiempo muerto", con un vale en las manos que de nada les sirve en otra tienda. Gritan y exigen por no quedarse sin comprar. Veo sus caras sucias, erizadas de barbas, grasientas; sus na- rizotas deformes, sus bocas generalmente Ilenas de rai- ces podridas y sus ojos desorbitados. iSobre todo sus ojos y sus bocas! Se apifian en esa ventanilla que da sobre el mostrador, y enronquecen gritando. EstAn ansio- sos y ahora mismo no recuerdan nada, ni quieren otra cosa que no sea adquirir sus centavos de provisions. Maldicen y suplican, insultan y adulan; quieren que los despache a todos a la vez. Y yo, que he pasado la semana prisionero en esta bodega, lo que mas ansio es que sean las doce, para salir. Trabajo y trato de olvidarme de ellos. Primero es como un v&rtigo. Luego me sumerjo, y los ruidos me pa- san por encima... Recuerdo que hoy me visitarin al- gunos bodegueros de bateyes vecinos, con quienes he echo amistad, y pienso que debo apresurarme para terminar cuanto antes este puerco trabajo.