RAMON MARRERO ARISTY to como Ileg6 la noche, cerrT la tienda, cene poco, y comench a tomar un inventario cuidandome de no hacer rmido. Los sacos que estaban abiertos y cuyo peso no podia precisar a simple vista, los fui vaciando en pa- langanas y en otros envases pequefios cuya capacidad no excediera de treinta libras --es lo mis que soportan algunas balanzas de las que hay en las tiendas para vender al detalle-, y despuis de sudar como un potro y de haber pegado cien veces el oido y el ojo a las paredes para enterarme de si me acechaban, pude anotar cuanto habia en existencia Mi asombro fu6 grande cuando compare las parti- das y comprob6 que habia una diferencia de casi siete d6lares en mi contra. Esa noche y los dias siguientes para mi fueron in- fernales. No tenia un centavo ni a quien pedirselo pres- tado, y pensaba que si me pasaban inventario, seria arro- jado por Iadr6n. 1Y todo por no querer robarl Las histories que me hacian me desesperaban. En esta misma tienda fu6 despedido deshonrosamente un bodeguero porque tuvo un deficit de cincuenta centa- vos. El procedimiento no pudo ser mis brutal: cerraron la tienda y lo dejaron en el batey sin mas explica- ciones. Fu6 entonces cuando concedi toda la raz6n a los peones que en cada empleado de la compaiiea ven a un pillo. Desde el dia siguiente inicib mi aprendizaje de empleado eficiente, desollando a mis pobres clients, pa- ra no deshonrarme y terminar fracasado. iGran trabajo me ha costado dominar mis nervios y acallar mi conciencia! Es duro robarles a estos infelices; pero aqui, la lucha por la vida, como en la selva y co- mo en el mar, es la misma. Lo que dijo viejo Dionisio