RAMON MARRERO ARISTY Estf casi borracho. Como parece que no va a proseguir, le interrogo: --Y el mayordomo y su mujer? Me responded: -Eso sigui6 asina, bodeguero. Yo en mi teje co n' ella y ei jaciendose ei zonzo, poique me tenia un fuA que semiaba. E n'eso se acabaron la tumba, yo me fui pa ei Cibao y ma nunca voivi a sab6 d'ello. -iUsted era el diablo! comento. Desatando las bridas de su mulo infla el pecho y me dice: -iYo era hombre y no tieto! Y montado y saliendo del patio me grita: -iJata la vueita, vale! Y se aleja a galope, camino del otro batey. Nica, en la puerta, lo mira con desesperanza. iQu6 hombre, este Cleto! Para 61 no reviste impor- tancia otra cosa que no sea batallas, gallos, mujeres y ron. Suponiendo que cada hombre tenga una idea fija, esa debe ser le de 6ste. Decididamente no es de mal co- raz6n. En su casa la comida es abundante y su mayor placer consiste en rega!.irsela a quien la necesite. El di- nero del sueldo nunca le alcanza, porque debe tanto y da tanto, que necesitaria ganar una suma much mayor para vivir sin deudas. Y creo que las contraeria aunque ganara un mill6n, porque de poder hacerlo, seguramen- te en cada batey tendria un har6n. Qui deseo de fal- das! Y iqu6 sed de ron! ** El viejo Dionisio es otra cosa. Toda la vida lo re- cordar6, tal como le vieron mis ojos el primer dia, me-